La muerte es una madre nuestra antigua,
a
través de las otras, siglo a siglo,
y
nunca, nunca nos olvida;
madre
que va, inmortal, atesorando
-para
cada uno de nosotros sólo-
el
corazón de cada madre muerta;
que
está más cerca de nosotros,
cuantas
más madres nuestras mueren;
para
quien cada madre sólo es
un
arca de cariño que robar
-para
cada uno de nosotros sólo-;
madre
que nos espera,
como
madre final, con un abrazo inmensamente abierto,
que
ha de cerrarse, un día, breve y duro,
en
nuestra espalda, para siempre.
* Ni una semana sin poesía.... JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
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